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Unas 30 personas por día se mudaron a las villas de la ciudad de Buenos Aires en los últimos tres años, según revela el último sondeo realizado por la ONG Techo en el distrito. Esto implica que unas 379.890 personas (82.585 familias) viven en sitios precarios, lo que supone un crecimiento de la población de casi el 10% en ese período.
Estas cifras coinciden con las estadísticas que maneja el gobierno porteño, que para 2017 aumentó 161% el presupuesto destinado a mejorar la infraestructura de los asentamientos y alcanzar la urbanización en varios de ellos.
Los expertos consultados por LA NACION, en tanto, aseguran que este crecimiento de la población de las villas (en 2013, el informe de Techo indicaba que había 75.405 familias, con un promedio de 4,6 personas por cada una de ellas) se debe a una cuestión demográfica y que las villas de las grandes urbes ofrecen oportunidades económicas mejores que la de los asentamientos del conurbano bonaerense, por ejemplo.
«Más de 1 cada 10 porteños -el 12,4%- vive en sitios precarios de la ciudad. Se identificó un total de 42 sitios, en donde viven 82.585 familias, aproximadamente. Utilizando la media nacional de 4,6 miembros, se estima que 379.890 personas viven en villas en ese distrito», indica el informe realizado por encuestadores de la ONG.
Esos datos son validados por el gobierno porteño. En su presupuesto para 2017 destinará $ 9164 millones para el plan de urbanización de villas. Este año se destinaron $ 3500 millones.
«En todo el mundo se está dando la tendencia de mudarse a las grandes ciudades y esto también aplica a Buenos Aires. Además, la mala situación económica de los últimos años ha aumentado más esa migración. El crecimiento que vemos en la ciudad no obedece sólo a nuevos habitantes, sino también al crecimiento de las familias. Es el único lugar del distrito en donde se registra aumento poblacional», explicó Juan Ignacio Maquieyra, presidente del Instituto de la Vivienda de la Ciudad (IVC).
Juan Martínez, un histórico habitante del barrio Saldías, el primer asentamiento de la ciudad y de la Argentina (ver aparte) cuenta que allí, en 2002, había 96 familias. Hoy son 180. «Somos los de siempre; lo que pasa es que las familias se agrandan y se quedan. Acá no entra nadie nuevo. Pero en la 31 y la 31 bis, al menos, duplicaron su tamaño», dijo a LA NACION.
El déficit habitacional en las villas es asombroso: 8 de cada 10 personas no cuentan con conexión formal de energía eléctrica; casi la totalidad de los habitantes -el 97,9%- no tiene conexión formal a la red pública de agua corriente y el 85,4% no está conectado formalmente al sistema cloacal. «No hay políticas públicas a nivel local ni nacional que trabajen en la prevención, en la planificación de la ciudad y en la regulación del suelo», indicó Florencia Yaccarino, directora del relevamiento realizado por Techo.
Cynthia Goytía, del Centro de Investigación de Política Urbana y Vivienda de la Universidad Di Tella, apuntó: «El aumento tiene que ver con una cuestión demográfica: en general son familias jóvenes con más chicos, y también creció la cantidad de familias instaladas. La ciudad ofrece características, condiciones de vida y oportunidades que muchas veces son superiores a las del conurbano».
Techo Argentina hizo un relevamiento en 2013 y en aquel momento contabilizó 75.405 familias. «Las villas son mucho más grandes; en las de mayor población vimos algunos avances de extensiones de servicios, pero no alcanza porque a la mayoría de las familias no les llega de manera formal. Lo negativo es que son pequeñas, pero lo positivo es que existe mucha organización comunitaria. Hay una historia de militancia desde hace muchos años y eso es una oportunidad a la hora de ponerse a trabajar y pensar en soluciones definitivas», sostuvo Yaccarino.
En eso también coinciden en el gobierno local: «En casi ningún lugar del mundo se han podido implementar programas de integración profundos y apuntamos a revertir la tendencia. Tenemos que avanzar con proyectos de integración en donde los vecinos encaren acciones con el apoyo oficial. Cuando los vecinos se organizan y el gobierno toma la decisión política de cambiar la situación, funciona», aseguró Maquieyra, que dio como ejemplo el trabajo que se realiza en la villa 20, en Lugano, en donde ya se empezaron a construir 550 viviendas.
«En el caso de la villa 20 son los vecinos los que dicen dónde debe trazarse la calle, dónde tendría que estar la plaza, quiénes son los que se van a mudar y en qué orden», agregó el funcionario.
La Ciudad tiene un plan que en la primera etapa abarca a las villas 31, 20, 15, Lamadrid, Rodrigo Bueno y Fraga, y soluciones para todas las familias que habitan la vera del Riachuelo. Este proyecto está muy retrasado respecto de las relocalizaciones ordenadas por la Corte en la causa por el saneamiento del río.
«Justamente hoy podemos trabajar mejor porque tenemos la titularidad de los terrenos, la posibilidad de acceder al financiamiento externo y la cuota de vivienda que otorga la Nación, que no llegaba al distrito», sostuvo Maquieyra.
Goytía, en tanto, aseguró: «Resolver la política de vivienda social en una ciudad central es difícil y los casos exitosos en otros países se dan porque coordinan políticas de carácter metropolitano. Ahora hay una gran oportunidad en la ciudad de Buenos Aires. En general, los programas de vivienda han sido insuficientes para revertir las necesidades de los hogares de menores ingresos».
Walter Bustos, del Instituto del Conurbano de la Universidad Nacional de General Sarmiento, explicó a LA NACION: «Muchas fueron las promesas del gobierno de la ciudad, a través de distintas gestiones, de urbanización de villas, incumpliéndose leyes específicas que ordenaban dichas intervenciones. Las únicas políticas han sido de «maquillaje», es decir, interviniendo sólo en el aspecto de las viviendas, pero sin resolver los déficits de infraestructuras, equipamiento comunitario y sin resolver el problema de falta de titularidad de la tierra». Bustos agregó: «La modalidad de crecimiento ha sido en altura, es decir, construyendo más pisos dentro de las villas dada la falta de disponibilidad de suelo».