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En la provincia hay más de 900 barrios cerrados con casi 100.000 familias.
modelo de barrios cerrados no tiene urbanista que lo defienda. «Académicamente somos el diablo», reconoce el ingeniero civil Diego Moresco, gerente general de Nordelta. Pero desafía: «¿Cuántos de esos urbanistas viven acá?». Los barrios cerrados son mala palabra para ellos. Los acusan de generar segregación social, eliminar espacios verdes y generar dependencia del auto. Pero ningún cuestionamiento detuvo su avance.
El primer barrio cerrado fue Tortugas, en Pilar, y abrió en 1945. En los años 60 aparecieron clubes náuticos y recién en 1977 se sancionó la ley provincial 8912, que establece los requisitos para armar urbanizaciones cerradas. En los 90, los countries se convirtieron en fenómeno, una tendencia que se sostiene hasta hoy.
Sólo en la provincia de Buenos Aires hay 593 barrios cerrados con la factibilidad otorgada y por lo menos 300 más con esa gestión en trámite. En esos 1000 barrios viven 100.000 familias, según datos de la gobernación. «El avance de las urbanizaciones cerradas pareciera no tener límites. La eliminación de espacios naturales, la pavimentación indiscriminada, la polderización de antiguos humedales y la oclusión de la desembocadura de ríos interiores constituyen efectos que este tipo de emprendimientos requiere para conquistar el territorio», señala Guillermo Tella, doctor en urbanismo y coordinador de la licenciatura de Urbanismo de la Universidad Nacional de General Sarmiento.
Ante el hecho consumado, el especialista reconoce desafíos: «La ciudad abierta debiera revisar las motivaciones que sostienen a estos desarrollos. Recuperar valores paisajísticos, garantizar seguridad ciudadana y revitalizar el espacio público serían criterios a considerar para demoler sus murallas que tanto segregan».
Pablo Güiraldes es urbanista y docente de la maestría de Economía Urbana de la Universidad Di Tella. Hoy está al frente de la Dirección Nacional de Desarrollo Urbano del Ministerio del Interior, Obras Públicas y Vivienda. «Es difícil imaginar una evolución de los barrios cerrados tal cual existen hoy», dice Güiraldes.
Y agrega: «La tarea actual para gobiernos y desarrolladores es consolidar las ciudades actuales, en lo posible dentro de la extensión que ya tienen. Hay muchos vacíos urbanos que completar. Dada la extensión que han adquirido las ciudades grandes y medianas del país en los últimos 20 años, no se deberían seguir desarrollando barrios cerrados como respuesta a la demanda de nuevo suelo urbanizado con fines residenciales. Baja densidad, casas unifamiliares en grandes terrenos, dependencia exclusiva del auto, desplazamiento de ecosistemas naturales o tierras agrícolas, y exclusión social no son el modo de desarrollar ciudades».
Enrique García Espil es arquitecto y profesor de Planificación Urbana en la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo de la UBA. Él cuestiona la «aislación» y «desconexión» que proponen estos barrios, pero pronostica una evolución favorable: «Es de prever que una sociedad que busca, cada vez más, las situaciones de encuentro, no sólo con el que se nos parece sino también con el que es diferente y ve cómo los grupos se enriquecen en el contacto cotidiano, con realidades diversas, será también una sociedad que habrá de buscar tanto una integración cada vez mayor de los barrios cerrados como, en el otro extremo, una mejora sustantiva de la calidad de vida y la integración social de los asentamientos, villas y barrios de emergencia».