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En repensar las estrategias de producción de bienes y en darle un nuevo sentido a la manera en que las personas se vinculan con ellos, están las bases de la llamada economía circular. Entre sus postulados se plantea que aquello que en un esquema de economía lineal (producir, consumir y tirar) es considerado basura, pueda pasar a tener una nueva vida útil, muchas veces como un insumo para fabricar nuevos productos.
Así, se afirma, se ayuda a cuidar el planeta, porque se evita un nivel innecesario de producción, se reduce la cantidad de elementos contaminantes en el ambiente y se disminuye la energía necesaria para producir.
Esta forma de concebir a la economía se traduce en cada vez más expresiones concretas en el mundo, que en gran parte quedó conmocionado por el anuncio hecho el jueves último por Donald Trump, de su decisión de retirar a Estados Unidos del Acuerdo de París, que supone compromisos de los países para mitigar el calentamiento de la Tierra. Más allá de ese problema global (que un país de semejante dimensión no busque reducir sus emisiones de gas de efecto invernadero es algo que afecta a todos), la economía circular se encuentra también con trabas en cada sociedad en particular, como las que implica la falta de regulaciones y de incentivos para el reciclaje, o las que aparecen por problemas estructurales o de organización (uno de ellos es la ausencia de una adecuada gestión de los residuos).
En el mundo de las empresas, se trata de que la forma en que se concibe el negocio incluya el propósito de respetar el medio ambiente, mediante un diseño del proceso de producción que evite en la medida de lo posible los desperdicios (vendiendo a otras industrias recortes de materiales, por ejemplo, y procurando que los insumos sean rescatables y reciclables). En el ámbito del emprendedorismo, surgen proyectos que incorporan residuos como materia prima. En la generación de energías, se privilegia lo «nuevo» que llega y que no dejará de llegar cotidianamente a la Tierra, como la fuerza del Sol y del viento, en lugar de la explotación de los milenarios recursos fósiles. Y entre los consumidores, la participación en una economía circular puede materializarse en acciones como la de separar de la basura lo que es reciclable, y en las decisiones responsables a la hora de comprar.
La economía circular se emparenta con otras formas adoptadas por una parte del mundo productivo. La economía verde se propone reducir o revertir impactos negativos medioambientales. La economía azul, promovida por el emprendedor belga Gunter Pauli, se basa en rescatar recursos que están disponibles (pero desaprovechados) en las comunidades, para promover el desarrollo local. Y la economía del triple impacto, surgida de las B-Corporation en EE.UU., está integrada por empresas que tienen el propósito de generar beneficios sociales y ambientales sin perder de vista la rentabilidad.
«Este tipo de economías requieren desandar estrategias y tomar nuevos caminos, para lograr que el diseño, los materiales, la innovación y los principios de propiedad cobren un nuevo sentido», señala Juan Cruz Zorzoli, coordinador ejecutivo de la asociación civil Amartya, dedicada a desarrollar programas educativos para la sustentabilidad.
1 – Usar y reusar productos y componentes y convertir residuos en recursos
En el corazón de la economía circular late la necesidad de un cambio en la lógica tradicional de la producción y el consumo. La Fundación Ellen McArthur, una de las instituciones globales líderes en la promoción de este modelo, postula que la economía circular «es reparadora y regenerativa y pretende conseguir que los productos, componentes y recursos en general mantengan su utilidad y valor en todo momento». Ellen McArthur es una británica que, años atrás, recorrió el mundo en 72 días con su barco. Para cumplir su meta, había cargado las provisiones necesarias, y todo el tiempo del viaje debió ser consciente de que, si se le terminaban, no tendría cómo reponerlas. Igual riesgo sufre el planeta con la continuidad de una economía lineal y de descarte, según el mensaje que esta mujer decidió comenzar a difundir: los recursos usados en la producción son finitos y los daños sobre el medio ambiente se expanden.
Una particular manera de rescatar recursos está en las prácticas de la economía azul. «La riqueza que tiene nuestro país en ecosistemas y diversidad biológica, es directamente proporcional a la riqueza que tenemos para el desarrollo de proyectos y emprendimientos basados en la economía azul. La oportunidad es inmensa», dice Gonzalo Del Castillo, coordinador de Proyectos del Capítulo Argentino del Club de Roma, que está trabajando ahora junto con el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sustentable y la Fundación Zeri en la identificación de iniciativas posibles en la Argentina. Algunos de los proyectos desarrollados en el mundo bajo el esquema «azul» (Pauli dice que de ese color se ve el planeta desde el espacio) llevaron a la producción de hongos comestibles a partir de restos del café, de detergentes usando cáscaras de cítricos, y de papel aprovechando residuos de la minería.
2 – Gestionar los residuos, tarea para el hogar, las empresas y el Estado
Uno de los objetivos es lograr que haya cada vez menos basura y más material reutilizable como insumos. En esta tarea hay responsabilidad de las empresas, pero también se advierte que se necesita un marco más amplio, con acciones del Estado que ordenen una acción.
Según fuentes del Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sustentable, hoy en la Argentina existen, desde las políticas públicas, «directivas estratégicas» para orientar la gestión de residuos hacia la economía circular. Sin embargo, agregan, el país tiene una grave problemática en materia de saneamiento y eso interfiere en los planes (o impone otras prioridades) a la hora de una acción de amplio alcance. «Alrededor de 35% de la población no accede a un sistema de disposición final adecuada y hay una gran cantidad de municipios pequeños que todavía tienen basurales a cielo abierto», describen fuentes de la cartera.
Existen de todas formas iniciativas desde el Estado, como las del Ceamse (produce biogás para dar energía) y desde sectores privados, con grandes compañías que se transforman y con emprendedores que inician su actividad tomando recursos de objetos descartados. Sólo por citar dos casos: Xinca es una empresa mendocina de calzado que utiliza neumáticos en desuso para las suelas, y La Escombrera es un emprendimiento cordobés que transforma escombros en un material para la construcción.
El principio inspirador de esta estrategia está en «copiar a la naturaleza», donde todo es capaz de transformarse para continuar dentro de un ciclo dinámico, en el que no se produce basura propiamente dicha.
3 – Diseñar para rescatar (y para producir bienes durables)
La responsabilidad de las empresas en la gestión de los residuos se inicia en la manera en que diseñan sus ciclos de producción y en los materiales elegidos. El químico Michael Braungart y el arquitecto William McDonough, en su libro De la cuna a la cuna. Rediseñando la forma en que hacemos las cosas, postulan que, para «imitar a la naturaleza» y evitar desperdicios, debe haber una estrategia en la que desde la concepción y el propio diseño del producto se consideren cada una de las fases: extracción de la materia prima, procesamiento, utilización, reutilización, reciclaje.
«La base de la gestión de residuos es la separación en el punto de origen, porque cada residuo exige un tratamiento diferente; al recolectarlos se identifican por sector y por tipo usando un código de barras», describe el director de Asuntos Corporativos de Toyota, Diego Prado, desde una de las industrias con un rol clave en estas nuevas economías, como la automotriz. Parte la estrategia ambiental, agrega, está en desarrollar tecnologías de propulsión alternativas al uso de combustible de origen fósil.
Juan Verde, presidente de la Advanced Leadership Fundation (una institución que forma líderes para las nuevas economías) dice que todas las industrias deben orientarse hacia una economía verde. Reconoce que algunas, como la textil, «avanzan pero dejan aún mucho que desear, por el uso de químicos y por la fabricación de ropa que prácticamente se usa y se tira». Eso es por una visión solo cortoplacista de los negocios que se busca desterrar. Darle una extensa vida útil al bien es un principio de la circularidad, y es el criterio de empresas como la de ropa de tiempo libre Patagonia.
4 – Repensar el concepto de propiedad
La teoría de la circularidad cuestiona la necesidad que tienen las personas de ser propietarias de ciertos bienes. «Si lo que necesitamos es lo que el lavarropas nos provee, ¿es necesario ser los dueños del lavarropas?», se pregunta Zorzoli. Que la empresa fabricante siga siendo la «dueña» del producto, sostienen los defensores de la circularidad, ayudaría a cambiar la lógica de un ritmo acelerado de consumo de bienes por una lógica basada en una mejor administración de los recursos, con los efectos favorables que eso tendría para cuidar la calidad de vida sobre el planeta.
Ese es, de alguna forma, el concepto que rige la práctica de los gobiernos de muchas ciudades, al poner a disposición de los ciudadanos bicicletas para uso compartido.
5 – Tener una estrategia para los envases
Una industria que está en el centro de la atención de la economía circular es la de envases. En el caso del vidrio, reutilizar una y otra vez los productos o descomponerlos para generar materia prima no es ninguna novedad. El envase de una bebida que hoy se compra puede estar hecho con materiales que vienen «circulando» desde hace 50 años o incluso más.
«Es fundamental fomentar con incentivos impositivos la retornabilidad, que está estrechamente ligada a la economía circular como modelo de negocio», dice Pablo Querol, vicepresidente de Asuntos Corporativos de Quilmes. Agrega que, en promedio, cada botella de cerveza se usa 29 veces y, luego se recicla totalmente.
¿Qué pasa con los envases del plástico PET? Sobre el consumo anual de ese material para botellas -que es de unas 220.000 toneladas-, entre un 20 y 25% se recicla. «Hace tres años estábamos en un índice de 35 a 37%», dice Carlos Briones, gerente de Relaciones Institucionales de Dak Américas y de Ecopek, la planta de reciclaje. Briones atribuye el retroceso a una cuestión de precios (el del material virgen estuvo en baja) y al contexto inflacionario. La caída que tuvo de un tiempo a esta parte el valor del petróleo y de sus productos derivados, sumada al alza de los demás costos de la planta, hizo que se redujera en términos reales lo que reciben los recuperadores, un tema complejo porque entra en juego el rol de la intermediación entre las personas que juntan las botellas y la fábrica.
En el caso de envases de tetra brik, en la Argentina se reciclan más de 500 millones de unidades al año (sobre un consumo de unos 2700 millones), según dice Horacio Martino, gerente de Sustentabilidad de Tetra Pak. En este caso, lo rescatado sólo se destina a la producción de otros bienes, como chapas para techos, placas de aglomerado y pallets plásticos. «Implementamos con municipios y cooperativas de recuperadores una estrategia de reciclado que promueve sistemas de gestión de residuos sólidos con separación en origen, recolección de materiales e inclusión social», cuenta Martino.
6 – Orientarse a las energías de fuentes renovables
Otra de las metas de una economía con interés por el medio ambiente está en ir hacia un mayor uso de energías de fuentes renovables. La Fundación Ellen McArthur sostiene que los sistemas de producción deberían tratar de funcionar impulsadas fundamentalmente de esa manera, y afirma que eso sería posible «por los valores reducidos de energía que necesita una economía restaurativa».
Un ejemplo concreto de menor necesidad de energía es que para fundir el vidrio molido no hace falta tanto calor como el que sí se necesita para fundir arena con cal, que es la materia prima del producto. «Al reciclar se necesita apenas el 25% de la energía que para el vidrio nuevo», señala una guía sobre materiales recuperables publicada por la cooperativa Creando Conciencia, un emprendimiento cuyo objetivo de reducir daños medioambientales se une con el de la inclusión social. La cooperativa ofrece servicios de recolección diferenciada de residuos en la zona norte del conurbano bonaerense y luego vende materiales a diferentes fábricas.
7 – Procurar la inclusión social y la creación de empleos
Para un movimiento como el de la economía de triple impacto, es un rasgo natural procurar un efecto positivo que involucre a los sectores más vulnerables de la sociedad. En el caso de la economía circular, la meta de una gestión adecuada de los residuos (eliminando fuentes de contaminación, que siempre afectan más a la población pobre) y casos como el de Creando Conciencia, muestran una fusión posible entre ambos objetivos.
Pero, más allá del potencial de los empleos verdes, llega una pregunta: si se consume de una manera más responsable y si se usan productos de mayor durabilidad, ¿no se afecta la capacidad de crear puestos? El economista británico Robert Skidelsky, que participó de un encuentro reciente de la OIT sobre el trabajo del futuro, identifica a la insatisfacción continua del consumidor y a la propensión a querer siempre más y más cosas materiales, como uno de los motores que llevó hasta ahora a generar puestos. En el futuro, y según dijo en una entrevista que le hizo LA NACION, si a la robotización de parte de los puestos se suma una tendencia a moderar el consumo, el nivel de trabajo pasará a depender en principal medida de otros fenómenos sociales, como la mayor esperanza de vida, que haría surgir tareas asociadas a la prestación de servicios de salud y de otro tipo para personas mayores.
8 – Redefinir el rol del consumidor y su relación con los bienes
«Los consumidores aún no hemos podido convertirnos en un factor de peso para contribuir a potenciar la economía circular», afirma Zorzoli desde Amartya. «Cierto desamparo normativo, la falta de información y de visualización de los impactos, y el constante estímulo de hábitos de consumo basados en la comodidad y la inmediatez, hacen difícil transformar desde el rol de consumidores el sistema productivo actual», explica. Reconoce, a la vez, que existen muchos grupos de consumo responsable y que surgen propuestas para el acceso a bienes y servicios de la economía sustentable, pero considera que ello aún resulta insuficiente para generar un impacto. «Constituir un nuevo contrato social y transformar el sistema educativo son necesidades imperantes», concluye.
9 – Financiar una actividad sostenible en reemplazo de donar
Algunos referentes de las nuevas economías creen que se debe revisar cómo se concibe la filantropía (definida por la Real Academia como «el amor por el género humano»). El cambio necesario consiste en dar el paso desde la donación hacia la inversión, para «hacer un uso más estratégico de los recursos», según dice María Laura Tinelli, directora de Acrux Partners, una consultora de inversión de impacto con foco en América del Sur. La inversión de impacto, explica, supone usar la lente de lo ambiental y lo social, además de la del riesgo y el retorno, a la hora de decidir dónde colocar el dinero. La diferencia con donar es que en este caso se alientan actividades que, se espera, sean sostenibles y mejoren la calidad de vida de las personas. Según apuntó Tinelli, de una masa total de 212 trillones de dólares que se invierten en todo el globo, hay 114.000 millones de dólares destinados a proyectos con impacto social y ambiental, y un 9% de ese monto está en América latina. Los datos surgen del Global Impact Investment Network.
10 – Identificar y darle fuerza al rol del Estado
«El Estado puede y debe definir las reglas de juego que faciliten la migración hacia una economía circular y que penalicen la linealidad en los procesos productivos», afirma Del Castillo, que le asigna también a este actor social la responsabilidad de trabajar en la educación «ambiental, creativa y emprendedora» para que suceda el cambio. Entre las políticas específicas, hay quienes promueven una ley de envases, que obligue a incorporar siempre una parte de material reciclado a cada producto y que ayude a que puedan rescatarse botellas y frascos. Las normativas también podrían promover la recuperación de residuos capaces de transformarse en insumos, como el aceite usado por la actividad gastronómica.
Más allá de la cuestión normativa, en el Ministerio de Ambiente cuentan que se desarrolla, con asistencia del BID, el «programa Basural Cero», con un enfoque hacia una economía circular que promueva proyectos de alcance regional (se entiende por región a varios municipios unidos para una política conjunta de gestión de residuos). Las metas son que para 2019 y 2023, el 80% y el 100% de la población del país, respectivamente, tengan acceso a un sistema de disposición adecuada de los residuos.