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La instalación tiene capacidad para 80 puestos bajo techo y 220 afuera; representan el 30% de los que relevó la CAME sobre la arteria en marzo; piden promocionar el lugar
Algunos de los manteros que fueron desalojados de la avenida Avellaneda, en el barrio de Flores, comenzaron poco a poco a ocupar el galpón de Once en el que el gobierno porteño espera se conforme un paseo comercial que libere a las veredas de la venta callejera ilegal. Dentro del tinglado se instalarán 80 puesteros y 220 lo harán en el playón exterior, ambos a metros de la terminal del ferrocarril Sarmiento.
Los primeros vendedores acomodaban ayer su mercadería, tímidamente. Todavía no se percibía la presencia de posibles clientes. «Tenemos que organizarnos para promocionar bien el lugar, para que la gente venga a comprar acá», decían los comerciantes, deseosos de que la actividad se encamine. En principio, el predio estará abierto de lunes a viernes, de 9 a 18, y los sábados hasta las 14, aunque ayer se habían retirado más temprano.
«No fue una decisión fácil, pero me arriesgué. Ya no quería estar a las corridas con los bolsos de acá para allá porque venía la policía. Me dieron esta oportunidad y quiero que sea un volver a empezar», explicó Ivet Ugaldez a LA NACION mientras terminaba de acomodar los pantalones que vende sobre el mostrador de su puesto, el número 40, en la hilera central del galpón. Una semana y media atrás, la joven de 23 años pasaba largas horas sentada en una vereda de la avenida Avellaneda.
En la madrugada del lunes 11 de abril, decenas de efectivos de la Policía Federal de la Ciudad y de la Metropolitana se formaron en las veredas a lo largo de esa avenida, en los alrededores de su cruce con Nazca, para evitar que los manteros se instalaran en la zona. La Fiscalía General de la Ciudad, a cargo de Luis Cevasco, había ordenado que se instrumentaran las medidas necesarias para liberar el espacio público en esa sector de Flores. Desde entonces, y tal como ocurrió con un procedimiento similar realizado semanas antes en Caballito, los uniformados permanecen allí apostados.
El gobierno porteño ofreció a los manteros mudarse a otro lugar para mantener su fuente de trabajo. Hasta ayer, 1012 comerciantes habían aceptado la propuesta y se anotaron, un número similar al contabilizado por la CAME sobre la arteria en marzo. Para efectivizar esta reubicación debían cumplir ciertas exigencias: pagar monotributo, tener al día la documentación, contar con facturas que indiquen la procedencia legal de la mercadería y no tener antecedentes delictivos. Fuentes de la Ciudad indicaron que hasta ahora 90 vendedores aprobaron los requisitos, por lo que se les asignó un lugar en Once. La mayoría comercializará indumentaria.
Después de una semana de trámites, Luisa Guillermo superó el trámite y por eso le otorgaron el puesto número 15 dentro del galpón, situado sobre la calle Perón, entre Ecuador y Jean Jaures. Para ella tampoco fue fácil tomar la decisión de sumarse a este cambio. «Me dio vuelta la cabeza», admitió ante LA NACION. Pero, después de cinco años de haber vagado entre distintos puntos de la avenida Avellaneda, sin un puesto fijo, pensó que esta mudanza «es una buena oportunidad para estar mejor». La mujer, de 54 años, ya no soportaba las inclemencias del tiempo ni la mala calidad de vida que tenía en la calle.
Por ahora, el predio no tiene nombre. Desde la Ciudad lo llaman Paseo Comercial de Once, pero aún no hay ningún cartel que lo identifique. La intención de los organizadores, entre los que están el Ministerio de Ambiente y Espacio Público y la Dirección de Ferias, es que sean los propios «ex manteros» los que acuerden la denominación del espacio. Tanto Guillermo como Ugaldez coincidieron en que «es necesario promocionar el galpón, repartir volantes y contarle a la gente que estamos acá».
El lugar pertenecía a la Operadora Ferroviaria Sociedad del Estado (Sofse) y fue entregado a la Ciudad para su reacondicionamiento. Según el gobierno porteño, los manteros no deben abonar ningún canon por el uso del puesto asignado.
En uno de los 80 stands ubicados dentro del galpón estaba Miguel Luna. Se sentía «algo raro» allí adentro. Durante 17 años, vendió a la intemperie en Nazca y Yerbal. Hasta llegó a pagar un «alquiler» por un lugar en la vía pública, contó. «Necesito trabajar y, ya que allá [en Flores] no se puede estar más, quiero ver qué pasa acá. Ojalá salga bien», anheló.